... Feliz Navidad ... Merry Christmas ...... Feliz Navidad ... Merry Christmas ...... Feliz Navidad ... Merry Christmas ...

jueves, 13 de enero de 2011

... la crisis mejor con algo de humor

:-) ... muy buenas.

Primero que nada,... Feliz Año 2011 !!!

... casi nos quedamos enganchados en la despedida del 2010 ... y tal como se plantea este año,... la crisis parece que durara,... joer que si durara,... por lo tanto tal vez la podamos llevar mejor con algo de humor,... que remedio nos queda :-)

Ahi os dejo unas cartas de la obra "Cartas de un hipocondríaco a su médico de cabecera" del gran humorista Chumy Chúmez.

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LA DECISIÓN

Estimado amigo y doctor:
Hoy, doctor, he tomado una decisión que va a cambiar mi vida. Aunque es usted veinte años más viejo que yo le he nombrado mi padre hipocrático adoptivo. O adoptado, si lo prefiere.
Ayer, cuando cenábamos en Kañoñetan, comprendí que habíamos nacido el uno para el otro. Yo para poner en sus manos mi salud y mis quebrantos, y usted para curarme. Ya solo le librará de mí mi defunción, que espero no sea anticipada ni provocada por la ira que seguramente le van a causar las letanías de mis enfermedades presentes, pasadas y quizás, si se van confirmando mis temores y mis augurios, también de mis enfermedades futuras.
He puesto en sus manos, doctor, mi futuro y mi perdida salud, que usted sabrá reconstruir con su sabiduría médica y su honradez profesional, con su paciencia, su amor a la verdad y con su entrega a los pobres y enfermos, que le honran con la santidad laica que muy pocos médicos poseen actualmente.
Está usted perdido. Ha caído en manos de un hipocondríaco profesional que gratuitamente le va a dar información de sus penas para que sin gran esfuerzo conozca mejor a los desdichados enfermos llamados imaginarios que están tan desatendidos últimamente por la clase médica.
Cuando cenábamos me di cuenta de que usted, de todos los médicos y cirujanos que conformaban el banquete, era el único pasablemente humano. Todos los demás eran médicos, usted era un hombre dedicado a la medicina, que es distinto. Usted no está harto de sus pacientes, no le aburre la monotonía de su profesión, aún tiene una angélica fe en las ciencias médicas y, además, habla en voz alta y con un timbre de voz perfectamente adaptado a mi hipoacusia bilateral progresiva.
Sabido esto, paso a exponerle mi plan de acción. Es el siguiente: para no cansarle, le iré informando por carta mis temores, mis sospechas, los síntomas que muestran la proximidad de una nueva enfermedad, mi pasado de doliente no comprendido y los dolores que todas estas cosas causan en mi alma, trozo corpóreo que también tiene sus propias patologías físicas.
A cambio de las molestias que mis cartas puedan causarle le ofrezco mi cuerpo para que, cuando yazga muerto, inerte y frío, haga usted los estudios de anatomía patológica que más le plazca en las cicatrices que habrán dejado las enfermedades que hayamos estudiado juntos. Así podrá comprobar la exactitud o los errores que cometió al hacer en mí sus diagnósticos. Podrá estudiar en mi cuerpo vivo y en mi cuerpo muerto. Creo que el intercambio es beneficioso para los dos. Quizás pasemos juntos a los anales de ciencias médicas en su acepción literaria, aunque quizás también, no me aventuro a negarlo, en su acepción hemorroidal, porque últimamente, debido tal vez a la edad, me anda rondando ya el castigo de las desdichas anales que el Señor envía a todos aquellos que como yo han abusado de la blandura de los sillones y del ardor de las comidas picantes. Pero de esto ya le hablaré a su tiempo. No quiero anticiparme, que ahora ocupan mis intranquilidades desdichas y amenazas mayores.
Esto es todo por hoy, doctor. La próxima semana recibirá mi primera carta de paciente.
Espero que cumpla en mí el juramento hipocrático antes citado y todo cuanto los siglos han añadido gracias a las ciencias empíricas y a las grandezas de las conquistas de las democracias que tan generosas han sido con los pobres y los desvalidos en las últimas semanas.
Adiós, doctor. Hasta siempre.

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LOS ENFERMOS SIEMPRE TENEMOS RAZÓN

Doctor:
A nuestros ojos, a los ojos de nosotros los pacientes, los médicos a veces parecen animalitos pintorescos que nos miran y remiran, nos palpan y nos sondean las vísceras en silencio, sin mirarnos a los ojos, desdeñando nuestras ansiedades y nuestros terrores.
Le digo esto, doctor, porque en una ocasión, hace años, cuando durante muchos meses sufrí los martirios de una fístula abdominal postoperatoria, estuve denunciando unos dolores que sentía en el lado izquierdo de mi vientre, dolores que producían grandes risas a los médicos que me explicaban que si la fístula estaba en el lado derecho, como era mi caso, la fuente de la putrefacción debía estar próxima a la emanación y no al otro lado como yo decía.
—Ese dolor -me explicaron- es un dolor reflejo.
Lo cierto era, como demostró más tarde la fistulografía, que yo tenía razón, que no había reflejos y que yo era un correcto definidor de mis síntomas.
El médico, ante la evidencia de la exactitud de mis informaciones, murmuró en voz baja, que yo se lo oí decir: "La verdad es que los enfermos siempre tienen razón".
Supongo que la opinión de un médico siempre debe prevalecer sobre la de sus pacientes. Lo contrario sería el caos, el desorden, el triunfo del azar y de la subjetividad sobre la ciencia.
Yo, doctor, a pesar del ansia de cariño que necesito de los médicos que me están observando, creo que debe ser así. Y así sea.
Recuerdo que hace años acudí en Torremolinos a la consulta de un dermatólogo portugués que yo tenía debajo de mi apartamento. Aquella misma mañana había amanecido, yo, no el doctor, con una erupción en el pecho que se extendía hasta el hombro. El médico observó en silencio las manchas de mi piel, desapareció de la consulta y al rato volvió con un gran volumen de láminas en color de afecciones dermatológicas.
—Ahora mismo vamos a ver lo que tiene usted -me dijo, colocando el libro al lado de mi pecho para hacer las comparaciones que le ayudarían a diagnosticar como Dios manda, es decir, con los ojos y no con especulaciones abstractas que a tantos errores conducen.
Hizo como hacen todos los médicos ahora, que en cuanto te descuidas te encargan tres radiografías, dos analíticas, un tacto rectal, una endoscopia, un encefalograma y un certificado de buena conducta.
Tras un buen rato de concienzudas indagaciones, el dermatólogo exclamó con alegría: "¡Lo encontré! ¡Esta es sin duda!". Y me mostró una lámina que, en su opinión, coincidía con las irritaciones de mi piel.
De todas formas, quizás porque aún dudase y quería hacerme cómplice de su diagnóstico, me puso frente a un espejo en el que vi mi pecho y la lámina, y me preguntó que a mí qué me parecía. Yo le dije que no había ninguna ocasión para la duda: ambas imágenes eran hermanas gemelas.
Cerró el libro, me ordenó abrocharme la camisa, se dirigió a la mesa de su despacho, abrió un cajón y de entre un montón desordenado de ampollas sin etiqueta cogió una de ellas, cargó una jeringa y me pinchó en una de las venas de mi brazo izquierdo. Dudó antes de inyectarme aquel liquido anónimo, sacó la aguja de mi vena y me dijo con aire firme y sereno: "O si no, le voy a poner esta otra, que es mejor". Abandonó la vena y me colocó una intramuscular en el trasero.
—La verdad me explicó el doctor portugués al final de la consulta- es que mi verdadera especialidad, lo que de verdad me gusta a mí, es cauterizar almorranas. Y me enseñó un cauterio eléctrico que era, me dijo, infalible para curar las hemorroides por rebeldes que fueran. Me ofreció sus servicios. Le agradecí su ofrecimiento. Me advirtió que hay mucha gente que padece de esa dolencia sin saberlo y que me convenía hacerme en aquel mismo instante una observación ocular que quizás sirviera para evitar males mayores.
Yo casi huí de la consulta. Al día siguiente estaba curado de la erupción.
Estoy seguro de que más que la perspicacia del dermatólogo dubitativo me curó la confianza que depositó en mi humilde persona de paciente y médico al mismo tiempo.
Me hizo sentirme médico durante unos instantes, máximo honor al que aspiramos todos los hipocondríacos.
¡Cuánto mejor me habría ido si, cuando estuve a punto de morir por las graves consecuencias de una apendicitis retrocecal, los médicos hubiesen comparado mi vientre timpánico con las láminas de otros vientres timpánicos parecidos al mío. Me habría librado de cuatro intervenciones quirúrgicas y de la cicatriz de veinte centímetros (acabo de medirla) que me recorre el abdomen desde el pubis hasta el ombligo.
Pero de eso le hablaré con más detenimiento otro día, doctor. Aunque mi cicatriz se hizo famosa porque la enseñé en la televisión con fines benéficos, aún me quedan unos cuantos secretos que, ahora que ya han prescrito las responsabilidades, le contaré dentro de un par de semanas, doctor. Verá qué divertido.
Un saludo, y cuídese.

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Esto va sin animo de ofender a nadie,... que ya sabemos que hay personas hipocondriacas que lo pasan muy mal,... tomese la lectura con humor y riase que es sano !!!

... y otro dia mas cartitas :-)))

Salu2 ;-)

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